miércoles, 10 de julio de 2013

Bailo pegaíto.


                                         Por Mrs. Pink
La semana pasada había quedado Knock out: las ojeras que maratónicamente había acumulado, mutaron repentinamente a un negro infinito; tanto que al reflejarme en el espejo me confundía con un oso panda. El hambre misteriosamente había desaparecido. Al momento de desnudarme me auto recordaba a la muerta de la bañera de “El Resplandor” (la última vez que me vi tan decrépita,  fue cuando terminamos con “L”). Mientras estudiaba, respiraba o iba a la facultad soñaba con frotar la lámpara de Aladino y pedirle que me facilitara un coma inducido por unos meses, que incluyera un servicio de laundry profesional: limpieza de mis partes íntimas y alimento por intravenosa. En síntesis, estaba cansada.
Para el sábado pasado todo había terminado y mi plan de fin de semana era realmente muy convincente: vegetar todo el día. Así estuve hasta las ocho de la noche. No me moví, tragué todo lo que pude y dormí. Hasta que lamentablemente abrí el Fuckingbook y  me topé con que “B”, una hermosa chica del mundillo gay había hecho público en su muro que iba a concurrir a una famosísima fiesta, por el lado de Corrientes.
Quiero confesar que si habré cruzado dos palabras con “B”, es demasiado. Y hace años. AÑOS. Sé cuáles son sus autores favoritos, qué música escucha y cuál es su filosofía de vida. Eso me basta. Pero más allá de estos indicios pelotudos, no la conozco demasiado, y sin embargo nunca pude borrar la fantasía del encuentro casual/no casual de mi mente.
Volviendo a lo anterior, mi perspectiva de lo que sería un sábado ideal, cambió automáticamente al imaginarme estar compartiendo la misma fiesta con ella. Así que le comenté a mi amigo, Mr. Red, que esa noche tenía la posibilidad de declararle mi amor a “B”, sólo si me acompañaba. Mr. Red, que estaba vegetando con más entusiasmo, me escuchó con atención y se prestó con alegría a hacerme “la segunda” (qué palabra de mierda), aunque en verdad hizo la primera, porque tuvo más levante que yo. Al final vaciló un poco, y con un convincente “vamos” me dio coraje para darle rienda a este disparate. Y fuimos.
Cualquier odisea resulta ser un masaje californiano con sales de Pakistán, si intuís que detrás de tanta merde se esconde la noche de tu vida. Vagamos por Capital hasta las tres de la mañana; habíamos olvidado que no teníamos un peso, y que durante la madrugada y en época estival, los colectivos suelen tener la misma frecuencia que los trenes del terror. Para revivirnos caminábamos frotándonos los cuerpos entre nosotros. El 126 apareció,  y aunque no nos llevaba, lo tomamos igual. Después de 20 cuadras y de moquear dos paquetes de carilinas marca "El Gauchito”, pudimos encontrar el boliche. Todavía estábamos demasiado contentos y no nos importó atravesar la inmensa cola, la mala organización y el tumulto conformado por “Las locas del tablón” de la post-entrada. Sin dudas estábamos de fiesta. Una vez dentro, elegimos el mejor lugar para localizarla… Pero dos horas después los ánimos habían menguado. Seguíamos como HALCONES cuadripléjicos, enfocando la visión hacia la pista de baile tratando de dar con “B”. La oscuridad y las pocas luces del boliche no ayudaban. Supusimos que al final ella no había ido. Nos dimos por vencidos. Atraídos por la derrota, nos sentamos a mirar con envidia la felicidad ajena mientras compartíamos una cerveza. De pronto las risas Voldemortianas de Mr. Red opacaron el canto chirriante de la inmensa Lía Crucet, que vociferaba a unos metros en el centro del escenario. Afilando su puntería Mr. Red, logra señalármela. Y sí, allá estaba… en una punta, acaparada por un grupo de personas, “B” estaba hermosa y brillante bajo la luz de la bola de boliche. Nos arrastramos por la pista en un nanosegundo. Me sentí feliz a pesar de que no podía respirar, presentía que se me había olvidado el inútil speech que tenía preparado para la ocasión y que mi corazón estaba a un “¡Buuu!” de la muerte súbita. Cuando logré acercarme a ella, a fuerza de empujones propinados por Mr. Red, la miré profundamente, dejando que viera a través de mis ojos, mis más sinceras intenciones de querer conocerla. Y no. De un modo inexplicable, volvimos a perderla de vista. “B” se había ido con su amigo gay al baño. Otra hora sin encontrarla: desistimos, ya era tarde. Nada sirvió.
Agotados, de vuelta en el palco, milagrosamente volvimos a encontrarla. Estaba en el mismo lugar que antes. Rápido confrontamos a la muchedumbre. Ya, a unos metros cerca del territorio prometido, un grupo de “Dancing Queens” fueron dejando el paso libre, para mostrarme la escena más patética y telenovelesca de mí historia… “B” está besándose muy apasionadamente con otra chica. Tercer desamor del año.