Por Mrs.
Pink
La semana
pasada había quedado Knock out: las ojeras que maratónicamente había acumulado,
mutaron repentinamente a un negro infinito; tanto que al reflejarme en el
espejo me confundía con un oso panda. El hambre misteriosamente había
desaparecido. Al momento de desnudarme me auto recordaba a la muerta de la
bañera de “El Resplandor” (la última vez que me vi tan decrépita, fue cuando terminamos con “L”). Mientras
estudiaba, respiraba o iba a la facultad soñaba con frotar la lámpara de
Aladino y pedirle que me facilitara un coma inducido por unos meses, que
incluyera un servicio de laundry profesional: limpieza de mis partes íntimas y
alimento por intravenosa. En síntesis, estaba cansada.
Para el
sábado pasado todo había terminado y mi plan de fin de semana era realmente muy
convincente: vegetar todo el día. Así estuve hasta las ocho de la noche. No me
moví, tragué todo lo que pude y dormí. Hasta que lamentablemente abrí el
Fuckingbook y me topé con que “B”, una
hermosa chica del mundillo gay había hecho público en su muro que iba a
concurrir a una famosísima fiesta, por el lado de Corrientes.
Quiero
confesar que si habré cruzado dos palabras con “B”, es demasiado. Y hace años.
AÑOS. Sé cuáles son sus autores favoritos, qué música escucha y cuál es su
filosofía de vida. Eso me basta. Pero más allá de estos indicios pelotudos, no
la conozco demasiado, y sin embargo nunca pude borrar la fantasía del encuentro
casual/no casual de mi mente.
Volviendo a
lo anterior, mi perspectiva de lo que sería un sábado ideal, cambió
automáticamente al imaginarme estar compartiendo la misma fiesta con ella. Así
que le comenté a mi amigo, Mr. Red, que esa noche tenía la posibilidad de
declararle mi amor a “B”, sólo si me acompañaba. Mr. Red, que estaba vegetando
con más entusiasmo, me escuchó con atención y se prestó con alegría a hacerme
“la segunda” (qué palabra de mierda), aunque en verdad hizo la primera, porque
tuvo más levante que yo. Al final vaciló un poco, y con un convincente “vamos”
me dio coraje para darle rienda a este disparate. Y fuimos.
Cualquier
odisea resulta ser un masaje californiano con sales de Pakistán, si intuís que
detrás de tanta merde se esconde la noche de tu vida. Vagamos por Capital hasta
las tres de la mañana; habíamos olvidado que no teníamos un peso, y que durante
la madrugada y en época estival, los colectivos suelen tener la misma
frecuencia que los trenes del terror. Para revivirnos caminábamos frotándonos
los cuerpos entre nosotros. El 126 apareció,
y aunque no nos llevaba, lo tomamos igual. Después de 20 cuadras y de moquear
dos paquetes de carilinas marca "El Gauchito”, pudimos encontrar el
boliche. Todavía estábamos demasiado contentos y no nos importó atravesar la
inmensa cola, la mala organización y el tumulto conformado por “Las locas del
tablón” de la post-entrada. Sin dudas estábamos de fiesta. Una vez dentro,
elegimos el mejor lugar para localizarla… Pero dos horas después los ánimos
habían menguado. Seguíamos como HALCONES cuadripléjicos, enfocando la visión
hacia la pista de baile tratando de dar con “B”. La oscuridad y las pocas luces
del boliche no ayudaban. Supusimos que al final ella no había ido. Nos dimos
por vencidos. Atraídos por la derrota, nos sentamos a mirar con envidia la
felicidad ajena mientras compartíamos una cerveza. De pronto las risas Voldemortianas
de Mr. Red opacaron el canto chirriante de la inmensa Lía Crucet, que
vociferaba a unos metros en el centro del escenario. Afilando su puntería Mr.
Red, logra señalármela. Y sí, allá estaba… en una punta, acaparada por un grupo
de personas, “B” estaba hermosa y brillante bajo la luz de la bola de boliche.
Nos arrastramos por la pista en un nanosegundo. Me sentí feliz a pesar de que
no podía respirar, presentía que se me había olvidado el inútil speech que
tenía preparado para la ocasión y que mi corazón estaba a un “¡Buuu!” de la
muerte súbita. Cuando logré acercarme a ella, a fuerza de empujones propinados
por Mr. Red, la miré profundamente, dejando que viera a través de mis ojos, mis
más sinceras intenciones de querer conocerla. Y no. De un modo inexplicable,
volvimos a perderla de vista. “B” se había ido con su amigo gay al baño. Otra
hora sin encontrarla: desistimos, ya era tarde. Nada sirvió.
Agotados, de
vuelta en el palco, milagrosamente volvimos a encontrarla. Estaba en el mismo
lugar que antes. Rápido confrontamos a la muchedumbre. Ya, a unos metros cerca
del territorio prometido, un grupo de “Dancing Queens” fueron dejando el paso
libre, para mostrarme la escena más patética y telenovelesca de mí historia…
“B” está besándose muy apasionadamente con otra chica. Tercer desamor del año.