Pelando las papas llegué a un descubrimiento que inconscientemente
siempre había intuido. Aclaro que esta actividad no es una clase de mandala que
suela utilizar para tranquilizar o resetear mi mente cuando necesito aclarar
los dramas bajoneros. Las pelé porque venían a cenar mis hermanos junto con sus
parejas y, a Marta, mi mamá, se le ocurrió que era una buena idea saltear
por una vez el delivery y ahorrarse el trabajo de alimentar a estos pumas
famélicos que nunca se cocinan y aprovechan la ocasión para saquear la
heladera. Lo que quiero decir es que, en el momento preciso que llegaba a
rasurar casi un kilo y medio de estos multiformes tubérculos arenosos y
amarronados, con una esponja metálica carcomida por las paletas de unas ratas
rabiosas y unas cuantos cacharros fibrosos, mi mamá me dijo:
- Pablo va a ir a ver a
Ismael Serrano.
¿Y quién CUERNOS es Pablo? Pablo es un compañero de mi mamá, que
trabaja con ella y al que quiere como un hijo adoptivo. No es que mi mamá no
tenga hijos, los tiene y uno es Fede (te mando un beso y tapate los ojos). El
caso es que a mí, Pablo, no me despierta ninguna clase de amor fraternal. De
hecho, me da bastante miedo. Ha caído de sorpresa en algunos de los cumpleaños
de la familia, se ha infiltrado en algunas navidades vistiendo del rey mago
Baltasar, y no me resultaría extraño que se haya aparecido en mi casa a
festejar el Día del Animal o el día de la Revolución Cubana sin que me haya
enterado. A pesar de toda esta introducción, hay algo peor, yo sé que mi mamá
no termina de digerir mi orientación.
Voy a hacer un gran flashback y me voy a remontar a unos cuantos
años atrás: el día que le conté que era gay. Realmente no salió como el
parlamento de un extra de ficción, cortito y al pie. Me temblaban hasta los
lóbulos de las orejas, mi voz había tenido una regresión y las pocas líneas que
salían de mi boca se entrecortaban como una llamada telefónica a una sucursal
de Claro, ubicada en la cima del Aconcagua. Lo peor de todo era el miedo; cada
vez que estaba a punto de decir lo importante, la charla comenzaba y terminaba
de esta manera:
- Mamá, te tengo que decir una cosa.
- Mamá, te tengo que decir una cosa.
- …
¿Qué?, ¿qué pasó?
- Te quería decir… nada
deja.
- No,
ahora decime.
-No
pasa nada. No era nada…
- …
- Mamá,
te tengo que decir una cosa.
- …¿Qué pasó?
-…
Nada, dejá.
-¡No,
ahora me decís!
-No
era nada…
- …
-Mamá…
Hasta que Marta se dio cuenta de que este asunto era peor que
jugar a “Te regalo un gato”. Entonces, se fue todo al carajo:
- ¡Decilo!
- …
- ¿Qué
diga qué?
- ¡Decilo,
vos sabés!
- …
- ¡Que sos gay, hija!
- ¡Que sos gay, hija!
Y ella siempre lo había sabido. Me puse a llorar, nos abrazamos,
tartamudeé, moqueé, y finalmente lo dije en voz alta. Mi mamá me abrazó, lloró
y aceptó mi confesión con ciertas limitaciones… En verdad, con el paso del
tiempo me di cuenta de que a Marta no le gustaba ni un poco que señale con
alegría, por la calle o por la TV, a quienes creía que eran gay, como si fueran
aliens fluorescentes en extinción o que lleve en la muñeca una pulsera con los colores del arco iris como si fuera
un tatuaje de última moda, o lo más básico de todo, que tuviera citas con
alguien de mi mismo sexo. Y hoy puedo decir con total certeza que estos
fantasmas se hicieron de carne y hueso; la conversación que relaté al principio
finalizó con una muerte anunciada:
- Ahhh… ¿le gusta Ismael Serrano a Pablo?
- Le encanta. Y a vos también te gusta, él lo sabe. – afirmó mi mamá
- Sí. Pero yo lo escuchaba porque le gustaba a mi ex, “L”, y volver
a un recital de él, es como prestarme de voluntaria a un lanzador de
cuchillos manco, mientras bailo la conga.
- No importa. Le dije que a vos te encantaría ir con él.
- … Mamá soy gay.
-¡No digas esa palabra! Salí con él… haceme ese favorcito.
- Favorcito es ir al Rapipago a pagarte la luz. ¡Decile que soy gay!
- Mirá… “MRS. PINK”, si no vas, ¡estas muerta para mí!
Lo lamento por Pablo si es que ya sacó la entrada. Ojalá que
encuentre al amor de su vida antes y, pueda susurrarle “Vértigo” al oído… Marta
la del Barrio logró que sus ojos se volvieran vidriosos. Yo por otra parte fui
fuerte y no cedí. Le sugerí que con una docena de jazmines podría llegar a
decorarme muy bien las manos, y se calló la boca.