martes, 20 de agosto de 2013

El gato negro.


Por Mrs. Pink.


Estas últimas dos semanas dejé de escribir estas entradas deprimentes para ver si mi vida cambiaba. Quería demostrarme que estaba siendo lo que yo quería que fuera, solamente para poder escribir  acerca de esto y entretenerme. El experimento falló. Sigue siendo igual de merde que antes. O peor.
Todo empezó con la mudanza: tengo una nueva vecina. Se mudó una vieja que, como no podía ser de otra manera, ama a los gatos. Los ama apasionadamente, tanto que les habla. Y no les habla únicamente con palabras. Es peor que eso. La vieja maúlla como ellos, intentando dominar su lengua. Es algo así como un:

-¡Kikiiiiii!, ¡¡¡Miauuuuuuuunnnnn miau miauuuuuuuuuuu rrrrrrrrrr…. Rrrrrr….!!!

La erre final es real. Y es la cosa más escalofriante que escuché en mi vida. No porque intente comunicarse con los felinos con una erre al final, sino por la combinación. Lo hace a las siete de la mañana, o a veces antes, cuando el sol todavía no tiene intenciones de despabilarse, en plena oscuridad y al lado de mi ventana. Y sus gritos recorren todo un corredor de puro eco.
Para colmo su timbre de voz es grave, no es para nada el de una anciana dulce que cocina scones polvoreados con azúcar impalpable, todos los domingos, para los leprosos. Estoy segura de que ella tiene dentro todos los demonios exorcizados por los pastores brasileros del canal nocturno de América.
La odio profundamente. Odio a Kiki y a Ramón, sus conchudos gatos poseídos. Porque Kiki y Ramón también maúllan extrañamente, con una erre al final, como si trataran de comunicarle algo, con suma urgencia a ese vejesteorio.
Al decimo tercer día me cansé. El ritual empezó tempranísimo. A las 6:30 am. Gladys, así se llama esta señora, estaba preocupada porque Ramón, su gato negro y de ojos amarillos, no aparecía. Por el corredor llegaban estas onomatopeyas mezcladas con palabras:

-¡¡Augggggggggggggggggggggrrrrrrrrr!!! Ramón, ¿dónde te metisteeeeeeeeaggggggguhhhhhhrrrrrrr?... ¡¡MiiiiiiiiiiiiiiiiiRRRRRAMONauuuuuu!!

Y el gato de mierda por supuesto no contestó. Y eso la alentaba más. Gladys insistía con sus tonos. Como no podía ser de otra manera, me saltó la térmica y toqué fondo. Me levanté de la cama, abrí la ventana y asomé con furia mi despeinada cabeza hacia el otro lado del corredor (es un PH). Caminando con un traje marrón desteñido, que me hizo recordar a un monje del siglo XV, encontré a la famosa Gladys, que hasta ahora me parecía una leyenda, agachada casi a la altura del piso, limpiando todas las pelusas de ese mugriento corredor, mientras buscaba a Ramón detrás de las macetas. Sentí lástima por el gato. Hasta empatía. Porque si yo hubiese sido Ramón también me hubiera tomado el palo al momento de escucharla canturrear mi nombre.
Gladys, pareció no darse cuenta de que estaba mirándola, hasta que volvió a gritar y el escándalo volvió a sacarme de quicio. Ahí tuve mi revancha:

- Señora, son las seis y media de la mañana. ¿No puede buscar a Ramón en otro momento y lejos de mi ventana?
- ¿Quéeeee?, ¿Qué decís?, ¿Cómo es que me hablás así, nena? ¿No ves que estoy desesperada? Ramón se me fue. - Dijo, mostrándome unos dientes amarillentos y afilados, que me recordaban a los de IT, el payaso maldito.
- ¡Ramón se le fue porque no la soporta más, señora! Deje de gritar, está despertando a todo el mundo.
- ¡Qué maleducada que sos! Yo te voy a enseñar… ya vas a ver - Dijo acercándose lentamente, moviendo las manos como si nadara, arrastrando el aire que la rodeaba hacia mi ventana.

Como vi que estaba demasiado próxima, y al mismo tiempo movía los maxilares, como si se le fuese a caer la dentadura postiza, le cerré la ventana en la cara. En verdad, tenía miedo que estuviera juntando una buena cantidad de potaje de saliva para embocármelo en la cara como si fuera ácido. Pero antes de cerrar, pude notar algo más tenebroso. Con ayuda de la luz de mi cuarto, observé que tenía una peluca grisácea rancia, a la que le faltaban algunos mechones de pelos y dejaban al descubierto la berreta tela que sujetaba el falso pelo. No había dudas, tenía peluca. La señora era calvita. Casi me hago pis encima de la impresión. Corrí las cortinas, apagué la luz, e intenté dormir nuevamente.
Desde ese día todo empeoró: me rebotaron unos cheques. Estoy sin agua y me lavo con la ayuda de una palangana. Me enfermé. Ganó el Pro. Perdí el documento y el celular. Casi me atropella una moto mientras caminaba por Avenida Santa Fe. La chica que se presentó en un Stand Up Gay, y a la que abordé muy bochornosamente, resultó hetero. Fallé en dos materias. Me peleé con el salame de Mr. Blue. La chica más linda de la facultad dejó su carrera de producción. Creálo o no.

Para detener todas estas maldiciones de la vieja calva, me ahumé como si fuera un jamón humano con Palo Santo. Me encajé algunas cruces, y hasta ahora pareciera que las cosas mejoraron. Pero lo peor de todo, Ramón no sólo apareció, sino que ahora a la dupla se le agregó un tercer integrante con nombre de diva: Moria.