Por Mrs. Pink
Este año me di cuenta de que hay otra fecha horrible en el
calendario: 20 de julio, el día del amigo. Si bien no soy Roberto Carlos y más
bien soy una persona solitaria, sí tengo algunos pocos amigos, la mayoría vaya
a saber por qué, son hombres. Será que las mujeres que conocí fueron (sin
generalizar…) bastante forras o están demasiado buenas y, a la par son heteros
por lo que se me hace medio imposible llegar a conectar sin espantarlas. Pero
también para mí los varones son más simples, será que no tienen la cabeza
jodida como nosotras, que tenemos un software virulento de competitividad y
malicia. Espero no ofender a ninguna forra que se sienta forra.
Volviendo a lo anterior, detesto el día del amigo porque hay que
disfrazarse como el hijo de un matrimonio separado que tiene la responsabilidad
de optar con quién pasarla. Y cualquiera de las elecciones siempre trae
aparejado unas cuantas ofensas, y esta vez no fue la excepción. Casualmente el
sábado a las once de la noche, recibí una invitación a último momento por parte
de mi amigo “M”, que tuve que rechazar. A los pocos minutos recibí un ultimátum
suyo por Whatsup, que decía: “Mirá que en dos meses me voy por tiempo
indeterminado y no sé cuando volveré…”. Le respondí con un emoticon de un
fantasmita con los ojos desorbitados y con un breve mensaje: ¡Cuando vuelvas de
la puta que te parió, traeme un souvenir!
No volvimos a hablar, yo creo que fui poco sutil y que perdí una
amistad. Hasta entonces mi teoría de los hombres era bastante sólida, pero
también muchos hombres imitan esta actitud femenina de histérica manipuladora.
De todas maneras, me
pareció bastante justo haberle respondido así. Yo ya tenía planes. Planes
chotos, pero planes. Habíamos quedado con “Mr. Red”, y algunos conocidos de él,
pasar por el boliche gay cercano a Corrientes. La historia fue similar a
aquella última vez que salimos juntos, la diferencia es que no estábamos
acechando a nadie, por lo tanto tenía menos presión y menos expectativas.
Nos volvimos a congelar, caminamos una distancia maratónica, y soportamos con
paciencia una cola infinita, como si esperáramos recibir helados “Sin Parar”
gratis en Mar Chiquita.
La música estaba bien,
la bebida corrió como Forrest Gump, y hacia la mitad de la noche estábamos más
desinhibidos. Mr. Red, que siempre se las ingenia para atraer abejas a su
panal, consiguió seducir a un muchacho muy bonito, de pelos con forma de
tirabuzón y mirada dulce, que andaba con dos muchachos más y una hermosa chica
con ojos del color de un manantial. Intenté ser normal y bailar algunos pasos
con ellos, pero mi amigo se arrinconó aparte con su nueva conquista y yo me
sentí como oso hormiguero de otro hoyo, que debe ser diplomática con las sobras
a la fuerza, y especialmente con esa chica sexy que se movía como una stripper
con convulsiones. Así que, en un momento que las luces bajaron un poco,
intercambié mi vaso lleno por uno vacío del piso, y me excusé diciendo que iba
a buscar más cerveza. Me pareció que realmente les importaba un corno, así que
no esperé que nadie me acompañara. Me quedé en la barra una hora. Cuarenta
minutos esperé que me atendieran, y otros 20 los malgastasté haciendo tiempo,
mirando como mi amigo era absorbido por los labios de Tirabuzón. Miré el reloj,
me pareció tarde, y tuve el presentimiento de que daba lo mismo que me quedara,
porque iba a volver sin él. Busqué el abrigo en el guardaropas, y le avisé que
me iba a Mr. Red. Como un “Pegaláctico” enredado a la cabeza de este muchacho,
me hizo unos gestos con la mano que pude traducir en un simple “andá
solita, hoy cojo” y emprendí la marcha solitaria. Extrañamente a la salida, en
el hall de lugar, la chica de ojos de manantial tenía el abrigo puesto y estaba
parada sola, como si esperara a alguien. Así que me acerqué tímidamente, y le
informé que sus amigos todavía estaban dentro y atiné a escaparme. Pero
entonces me dijo:
-Espera tonta, te
estaba esperando a vos. ¿No dijiste que vivís por Boedo?
Como no me la creí, se
lo hice volver a repetir. Efectivamente, había dicho eso que creía que había
oído, me estaba esperando. Así que asentí unas diez veces seguidas, como un
león decorativo de tablero de taxista. Sin saber qué decir, salimos a la calle
nuevamente, y empezamos a caminar hacia la parada que teníamos en común. Cada
vez que nos acercábamos al lugar, sentía que el tiempo se me iba acortando, y
me agarraban unas puntadas medias pavas e incomprensibles en el estómago.
Pensaba que estaba perdiendo la oportunidad que estaba esperando. Parecía
inteligente, era muy linda. Me gustaba la forma de sus rulos castaños. Lo único
negativo eran sus movimientos tinellinescos al bailar, pero era lo de menos. No
quería bailar con ella. Así que me pare de seco en la calle y le dije:
-¿Querés ir a
desayunar?
Si hubiésemos estado
en el rodaje de “Pastas Patarazzo”, hubiese sido una joya publicitaria. “C”,
así empezaba el nombre, se llevó la mano a la panza y la removió enérgicamente
sobre su estomago mientras lo acompañaba con un “¡mmmm….dale!”. Así que
retrocedimos y fuimos al Burger King que quedaba a dos cuadras de distancia.
Pedimos dos cortados, uno con muffins y otro con un tostado. Ella, aparte, se
pidió un jugo.
Me contó que era de
Formosa, y que se había mudado hacía seis meses. Me contó que vivía con
Tirabuzón. También me habló de lo que estudiaba. Qué música le gustaba y quién
quería ser a futuro. Habló de sus exs masculinos, y hasta ahí nada me había
llamado la atención. Dejamos el lugar una hora después y nos subimos al 180 con
una rapidez inusual. Durante el viaje seguimos hablando un poco más, y como
estábamos más distendidas, había risa. Supuse que se trataba de buena química.
Como había notado que ya estaba bastante cerca de mi casa, decidí hacerla corta
y arriesgarme:
- ¿Querés pasarme tu
celular, así arreglamos para salir? Ir al cine, algo más formal.
- ¿Más formal? – Me
preguntó abriendo sus ojos de manantial bien grandes.
- Sí… más formal. Más
intimo. – Dije bajando el tono de voz, evitando que el borracho pervertido del
asiento de adelante se tocara con la mente.
- … No, no… pará,
pará… - Se atajó, mientras se reía como una loca.
- Perdón, ¿pero no sos
gay?
- … No, el que es gay es
Santi, mi amigo que está con tu amigo. Pasa que como no conozco mucha gente, no
me queda otra que acompañarlo.
Y me miró con una cara
que me hizo acordar a Susana Giménez cuando saca tu cupón y no le acertás ni a
la Su, ni a la Sa, ni a la Na. Era una tristeza falsa, pero bien actuada.
Así que huí del
asiento como si me hubiera olvidado de mi parada. Toqué el timbre y antes de
que el chofer del 180 me abriera la puerta, se dio vuelta y me susurró:
- Pero si hubiese sido gay, creeme que hubiera salido con vos.
Y lo peor es que
caminé las cuatro cuadras que me separaban de mi casa sonriendo.
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