viernes, 15 de noviembre de 2013

La chica del café



                                                      Por Mr. Blue


Qué asno es el ser humano cuando se hechiza por una persona. Hará unas semanas entré a un café a comprar unos comestibles y la cajera resultó ser una chica rubia con anteojos raros que me pidió cambio y me regaló una sonrisa que me hizo el miércoles un día no de miércoles. Al salir me quedé pensando en esa mirada que me obsequió con moño. ¿Tuve enfrente a una mujer que "me tiró onda" o que simplemente intenta animar un trabajo que sólo acrecientan sus ganas de conocer un portero? ¿Será una chica despierta e inteligente o será una de esas que cada cosa que le sucede lo compara con un capítulo de Los Simpsons? ¿Tendrá una vida interesante o tendría que soportar anécdotas repetitivas sobre cómo una de sus compañeras de trabajo no sabe atarse los cordones, y ese tipo de historias pavas que sólo resultan graciosas si uno está presente? 

Llegué a la conclusión de que debía volver a intentarlo. Debía volver a entrar a ese café, pero las historias románticas en la vida real no suceden con una impronta facilengue sino que, cuando uno no se considera agraciado o no tiene poder para el encare (modo sutil de llamarme cagón), sabe que debe construir una imagen, simíl a la de uno, como para conseguir la aprobación de la otra persona. Por lo que la idea era bastante simple. Ingresar seguido a este bar, ubicarme en una mesa cercana a ella y leer un libro culto pero no lo suficiente como para que al menos conozca al autor. Sí, en mi cabeza pensaba que en una de esas se me iba a acercar para mencionarme que ella también leyó El orden del discurso de Foucault. Por supuesto que, cuando uno piensa estas cosas, no se detiene a analizar lo patético que resultan los actos. Así es como entré al café con mi mejor vestimenta y mascando chicle. Gran error debido a que... A) El chicle te hace parecer engreído B) No cierra el chicle con el café. De todas formas, no consumí café, y he aquí otro error. Bebí jugo exprimido. Sentí que me estaba mirando pero no de buena forma, como si fuera un estorbo. Estuve mediahora sentado pero jamás logré escucharle la voz. Lo que sí logré escucharle fue un eructo que pareció haberse escapado. Me perturbó. Fui al baño, oriné, me pegué una cachetada, me lavé las manos, me peiné, y cuando salí, la cajera había cambiado y no pude llegar a cruzar miradas a la hora de abonarle.


No chequeé si fue el lunes, pero durante el resto de los días de la semana siguiente no la volví a ver. El viernes me extrañé al respecto, y luego de un largo debate mental, me jugué a entrar y preguntar qué había sucedido. Se encontraban un flaco alto con cara de Gremlin y una morocha robusta que bien podría estar en Mc Donalds. El hombre me puso al tanto. Lo primero que me contó fue crítico. El nombre de ella era Raquel. Heavy. Sentí una patada importante y me quedé estático, ido, con los ojos como Justin Bieber, pensando que sus padres tuvieron que haber perdido una apuesta en la que se tenían toda la fé, para ponerle ese nombre. Pero ojalá hubiese terminado ahí, ya que me comentó que “Reichel” no estuvo viniendo debido a problemas estomacales. Luego, me pidió que acercara el oído y, con más confianza aún, acotó: "Mirá, me parece que es cagadera porque la última vez que estuvo acá, se estuvo tirando pedos a mansalva...", riéndose al mismo tiempo que me creaba la peor imagen posible. La peor, de una chica que te gusta. 
A la semana siguiente volví al café y recibí una nueva sonrisa de ella, pero ya era muy tarde. Sí, ¿A quién no le habrá sucedido lo que le pasó a ella? A todos, pero no podía borrarme esa imagen de la cabeza. Y el nombre ni el eructo contribuyeron.

Hoy comprendí que lo que recibí fue un palazo a esa perfección que me armé. A esa persona que le exigí ser, a una persona que no conozco cuando, a fin de cuentas, la chica del café no fue creada por mí, ni es mi novia ni es una superchica. La chica del café es la chica del café. Por eso al pensarlo demasiado, llegué a la conclusión de que debemos ceder un tanto, dejar de lado las superficialidades, y que es cuestión entonces de aceptar que todos eructamos y que todos tenemos problemas estomacales. Por estas cosas es que volvería a darle una chance. Por estas cosas es que volvería a intentarlo. Si no se llamara Raquel.





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